Plantas multifuncionales y ecofeminismo
Existen muchas funciones sostenidas por el mundo vegetal que el mercado ignora, como el caso de las Plantas Multifuncionales (PlaM). Las mujeres con voluntad de liderar proyectos agroecológicos tienen una oportunidad para promover un cambio de visión.
Las plantas ocupan un lugar central en el mantenimiento de la vida sobre el planeta. Son base de nuestra alimentación y la de tantos otros animales, curan y previenen enfermedades, sirven de base en la construcción, confección de tejidos, capturan el CO2atmosférico, limpian suelos y aguas, mantienen nuestras ciudades y pueblos transitables gracias a su sombra y a su belleza. Gracias a la captación de la energía solar y a su transformación en madera y petróleo son las encargadas de ofrecernos la mayor parte de la energía que usamos en nuestro día a día, base de nuestra sociedad del bienestar.
Las malezas, en buena parte, son creadas por la propia especie humana, plantas que se han adaptado a convivir con el ser humano. El concepto de maleza o malas hierbas, tan instaurado en nuestra sociedad, data del cambio del Paleolítico al Neolítico. La aparición del sedentarismo viene acompañada de la planificación de los alimentos a cosechar, surgiendo así la agricultura. El Neolítico trajo consigo cambios positivos, como el acopio de alimentos, la sedentarización, la división del trabajo, profesionalización y el desarrollo de la tecnología, y el crecimiento poblacional humano, pero también dio lugar a profundas desigualdades como la estratificación social en ricos y pobres, nobles y plebeyos. En esta etapa se originaron muchos de los roles de género asociados a la división del trabajo.
Desde este momento, las antiguas sociedades cazadoras recolectoras comienzan a seleccionar aquellas especies de las que quieren alimentarse. Esa visión productivista de la gestión de los alimentos da lugar al menosprecio de aquellas especies no cultivadas, las cuales, en cualquier caso, ofrecían otra serie de funcionalidades o servicios ecosistémicos que quedan en un segundo plano. La especie humana concentró su interés en las plantas utilitarias más redituables y fue olvidándose de las menos interesantes.
El nacimiento del concepto de maleza y su persecución se lleva a cabo en una época histórica que coincide, según diversas autoras, con el origen del patriarcado. Desde ese momento tanto las plantas espontáneas como la mujer, comienzan un proceso de invisibilización social por su papel de cuidados reproductivos. Estas similitudes pueden servirnos para entender los ecofeminismos y su vínculo con la agroecología.
Ecofeminismos
El término Ecofeminismo es creado por Françoise d’Eaubonne en 1974 y se desarrolla sobre todo en Estados Unidos en el último tercio del siglo XX. Considera que la mujer debe jugar un papel importante para frenar la degradación de los recursos naturales, poniendo freno a la imposición patriarcal de la mujer como medio para tener una gran descendencia haciendo responsable a la mujer de la sobrepoblación del planeta.
Existen diversas corrientes dentro del ecofeminismo, existiendo una divergencia principal entre el ecofeminismo clásico o esencialista y el ecofeminismo constructivista. Ambas comparten la idea de que la crisis socioambiental actual tiene su origen en la imposición de una sociedad patriarcal que promueve una economía capitalista que alimenta las desigualdades de clase y género.
Los ecofeminismos esencialistas entienden que las mujeres, por su capacidad de parir y amamantar, están más cerca de la naturaleza y tienden a preservarla. Existe una justificación biológica, por tanto, en el papel de la mujer en la conservación de la biodiversidad y las semillas agrícolas. Las mujeres son cuidadoras innatas de la vida y víctimas de la degradación ambiental. Las primeras ecofeministas entendían que el militarismo, la nuclearización y la degradación ambiental, eran manifestaciones de una cultura sexista. Petra Kelly o Vandana Shiva son algunas de sus referentes.
El ecofemismo constructivista entiende que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres no justifica el vínculo innato de la mujer con la responsabilidad del cuidado de la vida y la naturaleza. Para Bina Agarwal, referente constructivista, el estrecho vínculo entre mujer y naturaleza se explica por los roles sociales impuestos a las mujeres, así como por su manera de interacción con el medio ambiente. La división sexual del trabajo (la cercanía de las mujeres a tareas reproductivas y cercanas a la huerta, la recogida y administración del agua, etc.), las coloca en una relación especial con los recursos naturales.
Ambas corrientes reconocen el papel histórico de la mujer como conservadora de la biodiversidad, cuidadora de semillas, además de ser las cocineras e incluso las proveedoras de la salud familiar a través del conocimiento de las plantas y, por tanto, sostén de las tareas reproductivas en el contexto ambiental. Tareas sin reconocimiento social ni económico que invisibilizan el importante papel histórico de las mujeres en la agricultura y en el mundo rural.
Las labores productivas suponen la representación de la economía visible. Sin embargo, esta economía reconocida no sería posible sin los trabajos de cuidados tradicionalmente aportados por las mujeres. Los servicios ecosistémicos aportados por la naturaleza hacen la vez de sostén invisible.
Plantas multifuncionales
Según la FAO, el 90% de las necesidades calóricas de la dieta mundial se compone de apenas unas 8 razas animales y 15 especies vegetales. Sin embargo, se estima que hasta 67.000 especies vegetales son comestibles.
Cuando hablamos de Plantas Multifuncionales (PlaM) nos referimos a recursos vegetales, adaptados a las condiciones climáticas locales y que tienen múltiples usos o funciones. Pueden ser comestibles, medicinales, útiles como flora auxiliar en horticultura, de interés para la recuperación de espacios degradados, estratégicos en la lucha contra el cambio climático… El (re)conocimiento y caracterización de especies con esta potencialidad es de gran utilidad para la conservación, recuperación y el fomento de la biodiversidad como recurso para nuestras sociedades, contribuyendo a la reactivación de la economía local.
La agricultura convencional pone en el centro la obtención de alimento, sin dar especial importancia a la comprensión del agroecosistema como un ente complejo y vivo, primando las funciones productivas sobre las reproductivas, al entender que las plantas que se cultivan tienen el único fin de ser vendidas o de servir de alimento. Sin embargo, la multifuncionalidad de las especies las hace cubrir tareas sin valor económico asociado, como son la creación de hábitat para especies beneficiosas, polinización, fijación de N, o incluso la fitorremediación de suelos contaminados.
La puesta en valor de las PlaM repercute en el fomento de una agricultura más sostenible, en la creación de vínculos de cercanía entre agricultores y restauradores y en la sensibilización de una sociedad más coherente con el uso de los recursos naturales, propiciando una profunda reflexión sobre el sistema de producción de alimentos y nuestra capacidad de influir sobre los mercados para favorecer la soberanía alimentaria.
En la región mediterránea contamos con un amplio abanico de especies vegetales multifuncionales como la ortiga, la malva, la caléndula, el aloe… plantas con muy bajos requerimientos, muchas aplicaciones y, además, comestibles. Es necesario un cambio de paradigma que las considere como una fuente de recursos de fácil acceso y mantenimiento, ya que fomentan la sostenibilidad ambiental, la economía circular y la soberanía alimentaria debido a su gran capacidad de adaptación a las condiciones climáticas locales.
Dentro del concepto de PlaM nos encontramos especies comúnmente consideradas malezas como el amaranto (Amaranthusspp.) el cenizo (Chenopodium albumL.) o la borraja (Borago officinalisL.). Todas ellas pueden ser usadas como sustituto de las espinacaso las acelgas en una infinidad de recetas. Otras especies como la consuelda (Symphytum officinaleL.), el tanaceto (Tanacetum vulgare L.) o la caléndula (Calendula officinalisL.), fáciles de encontrar en huertas y viveros de nuestro país, son comúnmente citada en los estudios de plantas compañeras o asociaciones de cultivos, rara vez son mencionadas desde el punto de vista gastronómico. Otras especies como el tagete (Tagetes erectaL.), el ajo social (Tulbaghia violaceaHarv.) o la capuchina (Tropaeolum majusL.) se utilizan ampliamente como planta ornamental en nuestros jardines y parques, pero además de aportar color y sabor a nuestros platos pueden servir para contener la población de depredadores de determinados cultivos. Además dejarlas crecer como plantas auxiliares, invitamos a su inclusión en la lista de cultivos de nuestro agroecosistema.
La creación de vínculos entre la agricultura y hostelería para el cultivo y fomento de estas plantas en el diseño de agroecosistemas diversos es uno de los principales objetivos que nos planteamos en este contexto. En la tarea de divulgación realizada durante los últimos años hemos trabajado desde los paralelismos entre las plantas olvidadas o consideradas malezas y el papel de las mujeres rurales como sostén de la vida sin derecho a reconocimiento social o económico, promoviendo el empoderamiento y emprendimiento femenino desde una agroecología ecofeminista.
Existen muchas funciones sostenidas por el mundo vegetal que el mercado ignora. La composición de los cultivos y la lista de alimentos disponible en nuestros mercados resulta de una imposición internacional que tiende a homogeneizar las producciones agrícolas.
La agricultura, por definición histórica, bebe de la opresión de los sistemas naturales puestos a favor de las decisiones selectivas del ser humano. La presión patriarcal sobre las mujeres se presenta como un hecho coetáneo. Ambos factores sirven para alimentar la narrativa de los ecofeminismos, entendiendo los orígenes del patriarcado y la opresión a la naturaleza como un hecho estrechamente vinculado.
Desde la agroecología es momento de plantearnos los sistemas agrícolas productivistas, diseñados ignorando las funciones reproductivas de las plantas, dominando nuestro criterio desde el valor mercantil en lugar de la puesta en valor de los servicios ecosistémicos y el fomento de la resiliencia. Abandonar una visión patriarcal de la agroecología debe pasar por el diseño multifuncional de los espacios de cultivo. Corrientes de pensamiento y acción como la permacultura, el decrecimiento y la agricultura regenerativa pueden servir de inspiración para poner en valor una agricultura menos opresiva. Las mujeres rurales y en general las mujeres con voluntad de liderar proyectos agroecológicos tienen una oportunidad ante este cambio de visión, propiciando el desarrollo de espacios agroecológicos de alto valor añadido, más capaces de responder ante las alteraciones climáticas o los caprichos del mercado. Las Plantas Multifuncionales sirven además para la puesta en valor y reflexión de los valores ecofeministas.