¿Cómo llevan esta situación del coronavirus los pequeños productores?
En el transcurso de las dos primeras semanas de crisis sanitaria por la pandemia del coronavirus se han producido cambios rápidos en las condiciones de vida y de trabajo de muchas personas, y de modo muy particular, en la venta y consumo de alimentos. Hay cambios en la accesibilidad y en la sensación de necesidad y de seguridad respecto a los alimentos.
El estado de alerta considera como servicios esenciales todos los productores agroalimentarios, de distribución y suministradores. Pero el juego es desigual según el tamaño, y el panorama del suministro alimentario está sufriendo un seísmo de fondo que seguramente tendrá un largo recorrido para su asentamiento. En estas semanas han crecido en más de un 50% las ventas en la gran distribución y supermercados; y han decrecido en similar medida las ventas en canales tradicionales por el cierre de mercados y mercadillos.
Pero en esta última semana están siendo muchas las pequeñas iniciativas agroecológicas de proximidad, especialmente las que ofrecen servicio a domicilio, que han crecido también en un 50%. “Estamos doblando cada semana los pedidos”. Miles de personas aprovechan para buscar otros suministros o para cambiar de alimentación, aumentar un poco el consumo de hortalizas y frutas de temporada. Muchas personas son ahora conscientes de que la globalizacion y el deterioro de la naturaleza están en el origen de la pandemia.
Algunas personas recordamos la importancia de los suelos orgánicos y vivos para la salud de los ecosistemas, del planeta y de nuestros comensales. La alta biodiversidad microbiana en los suelos que nos alimentan correlaciona con una mayor diversidad microbiana en el intestino grueso de quien ingiere alimentos orgánicos, los cuales contribuyen a fortalecer el sistema inmunitario. Efectivamente, todo esto va de lo micro: de microbiología y de microeconomía; y ambas cosas confluyen en la agroecología.
Las llamadas genéricamente redes agroecológicas, provinciales o regionales, se conforman sumando y entrelazando iniciativas, a partir más o menos de 1.000 consumidores y alcanzando en algunos territorios magnitudes de más de 10.000. En lo relativo a los productores de hortalizas, lácteos, pan, pasta o frutas, nos encontramos con magnitudes de entre 10 pequeñas iniciativas en los casos más incipientes y locales, hasta cerca de 200 en ámbitos como la Comunidad de Madrid o la provincia Granada, y hasta las más de 500 pequeñas productoras en las redes más extensas de Cataluña, Euskadi y Navarra.
Frente a estos entramados de lo micro, es importante el contraste con el otro modelo, el de las escalas grandes de producción y distribución. Son ecológica y energéticamente menos eficientes, pero que sin embargo cuentan con todo el apoyo del sistema financiero y de las ayudas institucionales de la Política Agraria Común Europea (PAC) o del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (Feder).
Pero en los últimos años, su lucha ha sido muy desigual. La mayoría de los recursos de I+D+i, públicos y privados, se han dirigido a esas grandes cadenas de producción y consumo, y a enfoques intensivos biotecnológica y financieramente. El enfoque, agroecológico, silencioso, infinitesimal, tiende a tejerse con menos inversiones de capital y con más calor humano que financiero. En muchos casos las iniciativas son autoempleos muy frágiles; pero casi nadie se entera de sus penurias o de sus quiebras, mientras a los grandes se les conceden ERTES en apenas unas horas. Los sistemas alimentarios de base social y territorial solo se tienen entre ellos, desde la insignificancia, potente y creciente, de sus enlaces directos entre productor y consumidor.
Ambos modelos están luchando estos días para consolidar y aumentar su capacidad, con muchas dificultades de suministro y llevándonos al borde del desabastecimiento. Pero tienen motores de consumo muy diferentes: unas crecen porque hay compras impulsadas por el miedo ante ese desabastecimiento; las otras, las agroecológicas, porque cada día hay más personas dando un salto para garantizar la soberanía alimentaria de mayor proximidad. Este susto de la globalización nos está haciendo mirar a la belleza de la relocalización. Las redes agroecológicas parecen abocadas a crecer, y a tener, en unos años, magnitudes de centenares de miles, dejando su actual marginalidad estadística, mirando a la cara a los modos y canales modernos.
Esta situación de alerta tiene su epicentro en una epidemia sanitaria, pero tiene su hipocentro (profundo) en una sindemia global: muchas crisis agolpándose, detrás del liderazgo del escaparate de este virus con corona.
En astrobiología se habla de terra-formación como la fase en la que la ciencia sea capaz de asentar colonias humanas en otro planeta, produciendo alimentos y reciclando todos los recursos. La prioridad ahora es la terra-regeneración, la capacidad de la humanidad de reasentar comunidades regenerativas en este planeta en alerta sindémica. La agricultura y la alimentación no son un servicio básico del sistema de vida moderno, como los declama el momento de alerta; sino que son la base de los cambios del sistema de vida, para que deje de ser meramente moderna, y avancemos por esta angostura evolutiva hacia nuevos escenarios. Esto no hay quien lo pare.