Galicia desembarcará en Madrid con su producción «bio»
El sector “bio” gallego se presenta en la Villa y Corte Diversas...
Nuestro buen amigo Carlos de Prada, gran periodista y mejor persona, acaba de publicar “Mentiras tóxicas. Cómo nos desprotegen las autoridades frente a los tóxicos que nos enferman”. Lo presentará en BioCultura Madrid 2022.
Esta obra busca abrir los ojos de muchas personas que creen que todo está perfectamente controlado, mostrándoles una realidad diferente, tan inquietante como apasionante. Basada en lo que dice la comunidad científica, es una obra demoledora, que a nadie dejará indiferente. Carlos de Prada, Premio Global 500 de la Organización de las Naciones Unidas y Premio Nacional de Medio Ambiente, entre otros galardones, es un conocido divulgador de temas ambientales que ha trabajado a lo largo de varias décadas en relevantes medios de comunicación nacionales (prensa, radio y televisión), siendo además autor de varios libros sobre contaminación química y salud. Una problemática, esta última, con la que está especialmente comprometido en la búsqueda de una necesaria concienciación social sin la que no es posible la prevención. Charlar con De Prada siempre es un placer.
-Carlos, ¿le puedes explicar tu libro a alguien que no lo haya leído?
-Básicamente, el libro responde a esta pregunta: ¿Podemos fiarnos cuando, por ejemplo, las autoridades nos dicen, con un aplomo impresionante, que no debemos preocuparnos aunque haya residuos de pesticidas en las frutas y verduras no ecológicas porque están a bajas concentraciones y cumplen con los niveles legales que se han establecido? Porque una cosa es lo que dicen algunas autoridades y otra lo que dice la comunidad científica cuya voz me limito a trasladar y según la cual, con frecuencia, hay muy poca base real en esa afirmación de que no hay riesgo. Los niveles supuestamente bajos y perfectamente legales de muchos contaminantes a los que nos exponemos cotidianamente ya están erosionando seriamente la salud de la población. Se está legalizando la presencia en nuestros organismos de sustancias que nos perjudican. En el libro desgrano, una a una, infinidad de razones bien claras que desmontan la imagen de seguridad oficial. Más que control lo que hay realmente, de forma dominante, es bastante descontrol.
EXPOSICIÓN A SUSTANCIAS NO TESTADAS
-¿Estamos expuestos continuamente a sustancias que ni siquiera han sido testadas?
Eso es lo que una y otra vez recalca la comunidad científica. Que la inmensa mayoría de productos químicos sintéticos a los que nos exponemos no han sido adecuadamente testados. Debemos darnos cuenta de las proporciones del problema. Hasta hace poco se pensaba que había en circulación algo más de 100.000 sustancias químicas sintéticas. Un número tan enorme de sustancias que, si se tiene en cuenta lo que se tarda a veces en evaluar una sola, y que además cada año se ponen miles de sustancias nuevas en circulación, convertiria la adecuada determinación de sus riesgos en una misión imposible. Incluso aunque existieran más medios y voluntad política de la que hay. Pero resulta que recientemente una evaluación ha mostrado que no son realmente más de 100.000 sino más de 350.000 las que puede haber en circulación y que de decenas de miles de ellas no se proporciona información ni siquiera acerca de su identidad.
-¿La química sigue creciendo a pesar de las advertencias de los científicos? ¿Por qué?
-En 1930 se generaban «solo» un millón de toneladas de química sintética en todo el mundo. En el año 2000 ya eran 400 millones de toneladas anuales. En los 10 años siguientes el negocio químico se duplicó y lo mismo ha pasado en la última década y la previsión es que se siga así. Es todo un río de química sintética destinada a los más diversos productos, con frecuencia de uso cotidiano. Vivimos rodeados de química sintética. Nuestra sociedad se ha hecho dependiente de ella y algunas de las industrias más poderosas del planeta se benefician con ello. Los criterios científicos o la preocupación por la salud humana o la de la Naturaleza pasan a un segundo plano. Lo más normal cuando la ciencia alerta de los riesgos de una sustancia es que la industria, con la complicidad de las agencias que debieran regularla, elabore una pseudociencia que impida o retrase, a veces muchos años, la restricción de esa sustancia. Y, con frecuencia, si se llega a regular, es solo para sustituirla por otra menos estudiada pero no necesariamente menos dañina.
EL RIESGO DE LOS PESTICIDAS
-¿El capitalismo veloz no evalúa bien el riesgo de los pesticidas o si conoce sus efectos… le da igual?
-Es evidente que no se está evaluando bien el riesgo de los pesticidas ni de muchas otras sustancias tóxicas. También es evidente que tanto la industria como las autoridades saben perfectamente que no se está evaluando bien el riesgo, pero hay intereses claros para crear una apariencia de seguridad que permita que una serie de negocios sigan en marcha, aunque sea a costa de la salud de las personas. Por ejemplo, a pesar de que se sabe que no es serio evaluar el riesgo de exponernos a sustancias aisladas, porque en realidad nos exponemos a mezclas de ellas que pueden causar efectos cientos de veces más potentes, todo el sistema de evaluación oficial sigue basándose en ello. Creando una ficción de seguridad. Del mismo modo, se sabe que los métodos empleados no sirven para medir adecuadamente algunos de los efectos más serios, como los de las sustancias disruptoras endocrinas, tóxicos para los que no se puede fijar una concentración segura por baja que sea. Pero se siguen estableciendo concentraciones supuestamente «seguras» para estas sustancias. Y así con infinidad de hechos que se muestran en el libro.
-¿Por qué las instituciones tardan tanto en actuar ante todo este desastre?
-Las instituciones están, ante todo, al servicio de la industria. La industria tiene más medios para influir en ellas que los científicos o los ciudadanos. De hecho, incluso buena parte de los criterios y métodos que las instituciones utilizan para evaluar si una sustancia es peligrosa o no o hasta qué punto… han sido dictados por la propia industria, de modo que se favorezcan sus intereses. Se juega con las cartas marcadas. Las instituciones anteponen los datos que proporciona la propia industria sobre la toxicidad de sus propias sustancias a los de la ciencia académica independiente, es decir, la verdadera ciencia. No importan hechos como que buena parte de esos datos de la industria no merezcan, ni de lejos, el calificativo de científicos. Una evidencia de ello es que buena parte de esos datos sean secretos y, por lo tanto, no se sometan al escrutinio de la comunidad científica, como sucede con cualquier estudio medianamente serio.
DOS CIENCIAS
-¿Existe una ciencia independiente y neutral y una ciencia basura al servicio de los intereses de las grandes empresas?
-Evidentemente. Aquí hay dos ciencias. O más bien una Ciencia de verdad, con mayúsculas, y otra «ciencia», entre comillas. La primera es la ciencia académica independiente, pagada normalmente con dinero público, y realizada en centros de investigación muy serios de todo el planeta, que publica miles de estudios en revistas científicas serias, donde pueden ser contrastados. Una ciencia que nos está alertando de la gravísima crisis de salud que la contaminación química está generando. La segunda son los datos pagados por la industria y que se emplean, con demasiada frecuencia, en una estrategia clara de fabricación de dudas, para sembrar confusión e impedir o retrasar la prohibición de muchas sustancias tóxicas.
-¿Qué regulan las agencias reguladoras?
-Lamentablemente, las agencias reguladoras, más que regular a la industria, son reguladas por ella en buena medida. Una muestra de ello es lo ya comentado y detallado con profusión en el libro, acerca de cómo agencias como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) o la Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA) evalúan el riesgo de las sustancias, con demasiada frecuencia, en función de los parámetros que les ha dictado la propia industria. Tienen más en cuenta los criterios y los estudios pagados por los fabricantes de tóxicos que los de la ciencia académica independiente. Por otro lado se han denunciado escandalosas situaciones de conflictos de interés en los paneles de expertos de las agencias.
MÉTODOS CADUCOS
-¿Los métodos de prueba que se utilizan para medir la toxicidad son efectivos o miden solo lo que quieren medir?
-Si empleas un método que no sirve para detectar algo podrás concluir falsamente que una sustancia no causa un efecto. Por ejemplo, que no causa cáncer o que no causa alteraciones hormonales. Lamentablemente, como denuncia la comunidad científica, buena parte de los métodos que se emplean pasan por alto efectos muy relevantes que pueden producirse a las bajas concentraciones de tóxicos que ya tienen en su cuerpos la mayoría de los ciudadanos.
-¿Cómo podemos defendernos de los químicos?
-Lo primero es abrir los ojos. Conocer los hechos objetivos. No tranquilizarnos falsamente confiando a ciegas en las autoridades. Sin ser debidamente conscientes de la existencia de un problema no haremos nada para intentar solucionarlo. Por ello escribí este libro. Porque pensar que todo está debidamente controlado, cuando no es así, desactiva la posible toma de medidas, y propicia que tanto las personas de a pie, como la colectividad, no se protejan. Hay muchas cosas que se pueden hacer. Por solo citar una, consumir productos ecológicos, en lugar de confiar en que los residuos de pesticidas que hay en los productos convencionales no pueden afectarnos porque lo ha dicho no se sabe que agencia. Lo mismo puede decirse de otros productos para los que hay alternativas sin tóxicos. Es un hecho conocido que una serie de problemas de salud (cáncer, subfertilidad, desarreglos cognitivos, enfermedades autoinmunes, diabetes, alergias, etc.) no paran de crecer y crecer en incidencia y que según la comunidad científica una parte de este problema se puede deber a la exposición a contaminantes químicos a las concentraciones «bajas» supuestamente «seguras» y perfectamente legales a las que ya tenemos estas sustancias en nuestros organismos. No quiere ello decir que sea la única causa, ya que muchos de estos problemas son multifactoriales en cuanto a su origen y desarrollo, pero sí que es un factor que concurre y con frecuencia con mucho peso.