“Las enfermedades de la civilización no aparecen porque el cuerpo falle, sino porque se defiende”

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Updated: diciembre 1, 2025

Néstor Sánchez es un reconocido nutricionista clínico, fisioterapeuta y experto en psiconeuroinmunología clínica. Es cofundador de Mammoth Hunters, un proyecto enfocado en el entrenamiento y la nutrición para deportistas de alto rendimiento. También es coautor del libro “El ayuno intermitente”, donde aborda la importancia de recuperar la sensación de hambre y saciedad, y cómo los alimentos naturales y los hábitos alimenticios pueden influir en la salud metabólica. Estuvo en BioCultura Madrid 2025.

La ansiedad no vacía el mañana de sus penas, sino que solo vacía el hoy de su fuerza
Charles Spurgeon

Nuestro protagonista también destaca por su enfoque en la diferencia entre alimentos naturales y ecológicos y los productos procesados, subrayando el impacto negativo de estos últimos en la salud. Actualmente, Néstor Sánchez es una figura influyente en redes sociales, con miles de seguidores en Instagram, y sigue formando a profesionales de la salud y ayudando a deportistas a alcanzar sus metas desde una perspectiva integral de la salud. Participó en la Jornada (Des)Aprendiendo Salud, organizada por “La ResilCiencia Show & Podcast”, que aglutinó a una gran cantidad de público en BioCultura Madrid 2025.

-¿Cómo prefieres definirte y cómo explicarías tu trabajo en el terreno de la salud a un profano?
-Me defino como psiconeuroinmunólogo y, sobre todo, como un apasionado de la fisiología humana. Siempre me he hecho muchas preguntas sobre por qué enfermamos de verdad, y esa búsqueda me ha llevado a formarme en disciplinas muy distintas: psiconeuroinmunología, fisiología integrativa, biología humana, programación neurolingüística, hipnosis ericksoniana, medicina tradicional china o naturopatía. Lo que he aprendido de todo este recorrido es que la alta especialización de la medicina occidental nos ha hecho creer que, si un síntoma aparece en un lugar, el problema está únicamente ahí. Pero la realidad es que nada ocurre de forma aislada: tus emociones modifican tu biología, tu alimentación modula la inflamación, la luz y el descanso transforman tus hormonas, y tu contexto —tu historia, tus relaciones, tu modo de vivir— influye tanto como cualquier marcador analítico. Mi trabajo consiste en entender qué ha pasado en la vida de una persona y cómo eso se ha traducido en su fisiología, generando conductas de salud o de enfermedad. A partir de ahí, la acompaño a reconectar con su capacidad innata de autorregulación. Me apoyo en la evidence-based medicine, por supuesto, pero trato de dar un paso más allá hacia lo que llamo life-based medicine: una medicina que no solo analiza datos, sino que integra la vida real de las personas, sus experiencias, su historia y su manera de habitar el mundo. Porque es en esa intersección donde de verdad se juega la salud.

ALIMENTACIÓN ECOLÓGICA
-¿En qué medida la alimentación ecológica y lo más natural posible está entre las propuestas que planteas a tus pacientes?

-La alimentación ecológica no es solo una recomendación en mi consulta: es un acto de coherencia y, en muchos casos, de resistencia. Siempre con una premisa esencial: nunca proponer algo que genere más estrés del que queremos eliminar. Pero cuando la persona puede permitírselo, es una propuesta prioritaria. Porque tenemos que decirlo claro: estamos rociando nuestros alimentos con sustancias diseñadas para matar vida… y luego pretendemos que al comerlos no pase nada. La evidencia de cómo esos químicos afectan a nuestra salud, a nuestros hijos y al planeta es más que sólida; es alarmante. Y hay algo que casi nunca se cuenta: basta con dos semanas de alimentación ecológica para que el cuerpo reduzca de forma drástica la presencia de muchos de estos tóxicos. ¡Dos semanas! Eso demuestra dos cosas: que nos estamos intoxicando más de lo que creemos y que nuestro organismo tiene una capacidad brutal de recuperarse cuando dejamos de agredirlo. Elegir ecológico no es una moda, es una forma de proteger nuestra biología y de votar cada día por el tipo de mundo que queremos. Es reclamar un modelo agrícola que no envenene la tierra ni nuestra fisiología. Es, en definitiva, un acto de salud… y de responsabilidad colectiva.”

AYUNO INTERMITENTE
-¿Cuáles son los beneficios del ayuno intermitente y de qué forma tú los has vivido en tu propio organismo?

-Para mí, el ayuno intermitente no es una estrategia moderna para obtener beneficios; es, simplemente, recuperar un patrón que ha acompañado al ser humano durante prácticamente toda su historia: comer cuando hay luz solar y consumir alimentos suficientemente densos en nutrientes como para generar una buena saciedad… y no volver a comer hasta que, de verdad, vuelve el hambre. Cuando vivimos así, el ayuno intermitente no es una técnica: ocurre de forma natural. Cuando recuperas ese ritmo, los beneficios son abrumadores, básicamente porque vuelves a ofrecerle al cuerpo algo que estaba esperando. Hay descanso digestivo, mejora la coordinación entre los grandes sistemas corporales, baja la inflamación, mejora la flexibilidad metabólica y aparece una sensación de claridad mental que es difícil de conseguir de otro modo. Yo lo he vivido en mi propio cuerpo como un estado de mayor ligereza, energía sostenida y, sobre todo, una relación más intuitiva con el hambre real. Pero es importante entender que todos estos beneficios no aparecen “porque el ayuno sea mágico”, sino porque justo lo contrario —comer cinco veces al día, picar constantemente, cenar tarde— es un insulto para nuestra fisiología. La evolución no ha tenido tiempo de prepararnos para nuestras propias invenciones. Volver a un patrón más coherente es, en realidad, una forma de devolverle al cuerpo su orden natural.”

UN MUNDO ENFERMO
-Vivimos en un mundo y en una sociedad cada vez más enferma. ¿Qué hay detrás de la multiplicación de las enfermedades de la civilización y de sus tasas de incidencia?

-Vivimos en una sociedad cada vez más enferma, y no porque nuestro cuerpo haya cambiado, sino porque nuestro modo de vivir se ha alejado radicalmente de lo que nuestra biología espera. Hemos llegado hasta aquí de una forma paradójica: no necesitamos hacer esfuerzos físicos y, sin embargo, estamos agotados; estamos más conectados que nunca y, aun así, nos sentimos solos; hemos deconstruido la comida hasta hacerla ultraprocesada y, al mismo tiempo, digerimos peor que nunca. Tenemos baños que nos limpian con un chorro de agua… porque vamos al baño  fatal. Hemos inventado decenas de antiinflamatorios… pero la mayoría estamos inflamados. Hablamos sin parar de felicidad… y, aun así, estamos profundamente tristes. Para mí, todo esto se resume en una frase que siempre me acompaña: “La intensa felicidad por el avistamiento fugaz de un animal libre en la naturaleza no es más que la nostalgia de cuando nosotros vivíamos en ella”. La enfermedad es, si me permites decirlo de manera poética, justamente eso: una nostalgia. Nostalgia de nuestro cuerpo por aquello que espera de nosotros y que no le damos. Nuestro organismo sigue necesitando lo mismo de siempre: sol, descanso, movimiento, agua, comida real, amor, propósito, ritmos, amistades, altruismo y flexibilidad. Pero lo que le damos es pantallas, prisas, ultraprocesados, estrés crónico, relaciones superficiales. Y cuando el cuerpo protesta, lo tapamos con un ibuprofeno, un ansiolítico, otro café o más scroll. Las enfermedades de la civilización no aparecen porque el cuerpo falle, sino porque se defiende. Porque intenta recordarnos, a su manera, cómo se supone que deberíamos vivir.

EJERCICIO
-Hablemos de ejercicio. ¿de qué manera el ejercicio puede ayudar tus pacientes? ¿Qué recomiendas?
-Para mí, hablar de “persona sedentaria sana” es un oximorón, como decir “inteligencia militar”: dos conceptos que simplemente no encajan. El ser humano siempre ha tenido que moverse para sobrevivir: para conseguir comida, agua, refugio o para escapar de depredadores. Y eso ocurrió durante tanto tiempo que la evolución convirtió lo inevitable en una necesidad biológica. Hoy ya no necesitamos movernos para vivir… pero nuestro cuerpo sigue necesitando todas las sustancias que producimos cuando nos movemos para funcionar bien a nivel metabólico, inflamatorio, hormonal y emocional. El problema es que vivimos en un contexto altamente inflamatorio, y, cuando el cuerpo está inflamado, destinar recursos al movimiento cuesta más y se siente desagradable. Por eso tanta gente abandona: no porque no tenga fuerza de voluntad, sino porque su biología está en modo ahorro. Por eso, cuando recomiendo ejercicio a mis pacientes, lo hago desde dos premisas muy simples:
*Encuentra un objetivo que sea lo suficientemente potente y te dé sensación de utilidad. No se trata de hacer ejercicio por obligación, sino por propósito.
*Empieza por una intensidad que no genere desagradabilidad. Si duele, si agota, si abruma, el cuerpo lo rechazará. El movimiento debe sentirse accesible, amable y progresivo.
Cuando el ejercicio se reconecta con un propósito real y se adapta a la fisiología de cada uno, deja de ser una exigencia y vuelve a ser lo que siempre fue: una manera natural de mantenernos vivos y sanos.

DÉFICIR DE NATURALEZA
-Algunos doctores ya hablan del concepto “déficit de naturaleza” con respecto a la incidencia cada vez mayor de ciertas patologías. ¿La ausencia del mundo natural en nuestra cotidianeidad nos enferma? ¿De qué forma sencilla podemos vivir en armonía natural a pesar de nuestras casas, nuestros trabajos, nuestros horarios…?

-Sí, la ausencia de naturaleza nos enferma. Y no lo digo en sentido metafórico: el simple hecho de mirar una imagen de un bosque o del mar produce cambios medibles en nuestra fisiología. Esto ocurre porque, como explica el inmunólogo Graham Rook, aunque el ser humano se ha adaptado a muchísimos entornos, nuestro cuerpo sigue reconociendo de inmediato cuál es su hábitat natural. Esa huella evolutiva está en nosotros. Para mí, la clave es entender la salud como un camino. Hay un libro que recomiendo muchísimo, “La enfermedad como camino”, pero siempre pienso que falta su segunda parte: “La salud como camino”. Ojalá pudiera escribirla algún día. Porque de eso se trata: de ir reconectando, paso a paso, con lo que nuestra biología espera de nosotros.
Y esto no requiere abandonar nuestra vida moderna. Requiere pequeñas decisiones cotidianas: salir más al exterior, visitar la naturaleza siempre que podamos, exponernos menos a tóxicos, recordar que somos animales ultrasociales y que poner el amor, el vínculo y el cuidado en el centro no es un lujo, sino un requisito fisiológico. Vivir en armonía con la naturaleza —aunque tengamos casas, horarios y trabajos— significa incorporar pequeños gestos que nos devuelvan esa coherencia perdida. Y ese camino, si lo seguimos con constancia, es el que realmente puede devolvernos la salud.

PESTICIDAS, ESTRÉS…
-¿Se puede vivir con salud en un mundo tan enfermo? ¿Qué enferman más, los pesticidas o el estrés crónico?

-Una de las cosas que más me maravilla de la fisiología humana es que, a pesar de vivir en un mundo lleno de tóxicos, pantallas, prisas y desconexión, la mayoría de nosotros seguimos relativamente sanos. Eso ya dice mucho: sí se puede vivir con salud en un mundo enfermo. Pero no se trata de hacerlo todo perfecto, sino de ir incorporando progresivamente las estrategias que tu situación y tu contexto permitan. Cuando me preguntan qué enferma más, si los pesticidas o el estrés crónico, la respuesta no es tan simple porque depende de muchos factores. Pero si tuviera que establecer una jerarquía, diría algo muy claro: el sistema nervioso y el sistema inmune están por encima de todo. Y si estás inflamado, estresado o en modo supervivencia, no vas a desintoxicar bien, por muchos alimentos ecológicos o suplementos que tomes. Por eso, en mi práctica siempre digo: primero desestresar, luego limpiar. El cuerpo no destina recursos a depurar toxinas cuando percibe amenaza. En ese sentido, lo que más enferma no es solo la exposición a tóxicos, sino el ritmo de vida, la sensación de incertidumbre constante, la falta de propósito y el estrés crónico que mantenemos de fondo. Los pesticidas afectan, claro que sí. Pero un sistema nervioso en alarma permanente afecta mucho más. Si el cuerpo vive en seguridad, vínculo, descanso y coherencia, tiene una capacidad extraordinaria para procesar y eliminar lo que sobra. Y ahí es donde realmente empieza la salud.

YATROGENIA
-No quiero cerrar la entrevista sin hablar de yatrogenia. ¿Me puedes comentar algún caso concreto que te preocupe especialmente? ¿El abuso en la dispensación de antibióticos, por ejemplo? ¿O todo el fenómeno del fentanilo? ¿O los fármacos para dormir que nos convierten en insomnes…?

-Cuando hablamos de yatrogenia solemos pensar en antibióticos mal prescritos, en el drama del fentanilo, o en los fármacos para dormir que, paradójicamente, nos convierten en insomnes. Todo eso existe y es grave, pero para mí hay una yatrogenia todavía más profunda y peligrosa: la que se produce cuando las personas en las que confiamos nuestra salud nos transmiten la idea de que nuestro cuerpo va en nuestra contra. Cada vez más medicamentos son anti algo: antiinflamatorios, antidolor, antidiarreicos, antiácidos… como si el cuerpo generara esos síntomas para fastidiarnos y hubiera que silenciarlo a toda costa. Y eso crea un mensaje implícito tremendo: “tu cuerpo se equivoca, tus síntomas son errores, lo que te pasa no debería pasarte”. Pero los síntomas no son enemigos; son mensajes. Son la forma que tiene el cuerpo de avisarnos de que algo necesita ser atendido o cambiado. Cuando anulamos sistemáticamente esos mensajes con un fármaco, estamos diciéndole al cuerpo: “calla”. Y eso, para mí, es profundamente yatrógenico. Porque la consecuencia real es que la población empieza a vivir con una sensación de inseguridad, de fragilidad y de desconfianza en su propia biología. Pierden la percepción de que su cuerpo es sabio, adaptativo, autorregulado y está intentando protegerlos. No se trata de demonizar los fármacos —que pueden salvar vidas—, sino de recuperar un mensaje esencial: tu cuerpo no va en tu contra; va contigo. Y muchas veces los síntomas no son el problema, sino la brújula.

“RUIDO BLANCO”
-Después de tantos años investigando la fisiología humana, la salud integrativa y el comportamiento, ¿qué te llevó a crear “Ruido Blanco”, el espectáculo que realizarás el día 13 de diciembre en el Teatro Gaudí? ¿Qué puede encontrar allí alguien al que esta entrevista le resulte interesante?

-“Ruido Blanco” nació de una necesidad: la de contar todo esto de otra manera. Me di cuenta de que, por mucha ciencia, conferencias o consultas que haga, hay cosas sobre la salud que solo pueden entenderse desde la emoción, desde el humor, desde la experiencia compartida. Y quería un espacio donde se pudiera sentir la salud, no solo comprenderla. El espectáculo es una mezcla muy poco convencional: monólogo, música original, historias reales, neurociencia, improvisación con el público y, sobre todo, una mirada honesta a lo que nos pasa como seres humanos. Hablo de por qué estamos como estamos, de por qué nos desconectamos tanto de nuestro cuerpo, y de cómo podemos volver a escucharlo… pero contado desde un lugar muy humano, muy cercano y muy imperfecto, que creo que es como de verdad aprendemos. Quien venga a “Ruido Blanco” no se va a encontrar una clase, ni una conferencia. Se va a encontrar un espejo. Un espacio para reír, para reconocerse y para salir con una sensación muy profunda de: “Vale, ahora entiendo un poco mejor por qué mi cuerpo hace lo que hace… y qué puedo hacer yo con eso”. Es salud, sí. Pero es también arte, vulnerabilidad y conexión. Y creo que eso es lo que más nos está faltando. Por supuesto me encantaría encontrarnos allí. Si a alguien le interesa aquí tenéis toda la información: link

BIOCULTURA
-¿Qué es BioCultura para ti?

-Para mí, BioCultura es algo que me reconforta por dentro. Llevo muchos años dedicado a la salud integrativa y BioCultura ha estado presente desde mis inicios: primero, como estudiante curioso; luego, como consumidor que buscaba coherencia; y, hoy, como profesional. Siempre la he vivido como una de las propuestas más valientes que ha sabido mantenerse y crecer en un contexto nada fácil. BioCultura ha defendido un mensaje que durante mucho tiempo fue contracorriente: hablar de salud, de naturaleza, de alimentación consciente, de vínculos, de ecología… cuando casi nadie quería escuchar. Y gracias a esa valentía, muchos de los que hoy trabajamos en este campo estamos aquí. Lo que siento por BioCultura es agradecimiento. Porque no solo ha resistido; ha inspirado, ha educado y ha abierto camino para que otras voces, otros profesionales y otras miradas puedan existir. Y eso, en un mundo como el actual, es un acto de enorme valor.